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La Biografía de
Nuestra Fundadora

La Madre Dolores

R.M. María de los Dolores Gómez Arroyo
Fundadora de la Congregación
Hnas. Misioneras del Rosario de Fátima
19 de Marzo de 1959

En la Ciudad de Celaya, Gto., nació el día 2 de Septiembre de 1911, con el nombre de María de los Dolores.

  

Sus padres:  José Ma. Gómez León y Ma. del Refugio Arroyo.

 

Bautizada el 15 de Octubre de 1911 en la Parroquia de la Asunción de María y confirmada el 2 de Diciembre de 1912 en el mismo lugar.

 

A la edad de 7 años, recibe por primera vez la Sagrada Eucaristía, el 15 de Agosto de 1918.

 

Deja su lugar de origen a los 20 años de edad, habiendo aceptado el llamado de Dios a la vida religiosa.

 

Ingresa a la Asociación de Victimas Apostólicas Guadalupanas, el 8 de Junio de 1931. Poco después recibe el Santo Hábito formando así, parte de esa Familia el 12 de Diciembre de 1931.

 

Terminado su tiempo de formación, ayudada por la gracia de Dios e iluminada por el Espíritu Santo, pronuncia sus primeros votos de Pobreza, Castidad y Obediencia, el 12 de Diciembre de 1933.

 

Llena de amor, ejemplo y entrega, continúa adelante en su Consagración Religiosa y llega a culminar sus deseos ante la presencia de Jesús sacramentado y de nuestra Madre Santísima de Guadalupe el 12 de Diciembre de 1938, cuando pronuncia sus votos Perpetuos.

 

En 1959, Dios le tiene preparada otra Misión, y la elige para ser el cimiento y guía de una familia religiosa, dando así, una respuesta de amor con el inicio de la Fundación, encomendándola bajo la protección de Nuestra Señora del Rosario de Fátima, para así llevar el mensaje de salvación a los pobres más pobres.

 

Su vida y su obra crecen al correr el tiempo y se perpetúa dentro de los más elevados valores humanos, dejándonos a todas, las huellas del sendero que conduce hasta el Señor.

 

Queda en la Congregación el eco de su paciencia, humildad y amor.

Nuestra Madre Fundadora encarna para nosotras

el espíritu misionero por la salvación del mundo,

haciendo suyas las palabras de San Pablo:

“Ay de mí si no predicara el Evangelio.”
1 Cor 9, 16

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